La Solemnidad de «Pentecostés» con el gran San Agustín, el Papa Pablo VI y una hermosa Oración

Ofrecemos el texto de la «Primera Lectura» que será proclamada este Domingo 15 de mayo de 2016, Solemnidad de «Pentecostés», en la Liturgia de la Iglesia. En Pentecostés celebramos el envío del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y sobre la Iglesia que Cristo realiza desde el seno del Padre, después de su Ascensión al Cielo. Por eso, ponemos aquí la «Primera Lectura» de la Misa de esta Solemnidad, donde San Lucas narra este acontecimiento en su Libro de los Hechos de los Apóstoles. Posteriormente, proponemos leer un comentario del gran San Agustín, y una importante, actual y bella exhortación del Beato Papa Pablo VI. Y, finalmente, animamos a todos a rezar con una preciosa oración dirigida al Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.

Del Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,1-11)

Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar

Pentecostés.5«Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.

Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban:

-“¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oye hablar en nuestra lengua nativa?

Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua”».

Palabra de Dios.

Comentario de San Agustín

San Agustín.

San Agustín.

Del gran San Agustín de Hipona (354-430), Obispo y Doctor de la Iglesia, el más grande de los Padres de la Iglesia en Occidente, y —sin duda alguna— uno de los grandes maestros para la vida de fe, traemos aquí un comentario muy bueno a este texto bíblico que narra el Milagro de Pentecostés, comentario que aconsejamos leer hasta el final.

Si queréis recibir la vida del Espíritu Santo, conservad la caridad, amad la verdad y desead la unidad para llegar a la eternidad

«Hoy celebramos la llegada del Espíritu Santo. En efecto, el Señor envió desde el cielo el Espíritu Santo prometido ya en la tierra. De esta manera había prometido ya enviarlo desde el cielo: Él no puede venir en tanto no me vaya yo; mas, una vez que yo me haya ido, os lo enviaré (Jn 16,7). Por eso padeció, murió, resucitó y ascendió; sólo le quedaba cumplir la promesa. Era lo que esperaban sus discípulos, ciento veinte personas, según está escrito; es decir, diez veces el número de los apóstoles. Eligió, en efecto, a doce y envió el Espíritu sobre ciento veinte. A la espera de esta promesa, estaban reunidos en oración en una casa, puesto que deseaban ya con la fe lo mismo que con la oración y anhelo espiritual […].

Ya habéis escuchado cuál fue su respuesta: un gran milagro. Ninguno de los presentes había aprendido más de una lengua. Vino el Espíritu Santo, los llenó a todos, y comenzaron a hablar en las distintas lenguas de todos los pueblos, que ni conocían ni habían aprendido. Se las enseñaba el que había venido; entró a ellos y los llenó hasta rebosar. Y ésta era entonces la señal: todo el que recibía el Espíritu, nada más sentirse lleno de él, hablaba en las lenguas de todos. Y esto no sólo los ciento veinte. Las mismas Escrituras nos informan de que luego creyeron otros hombres, que fueron bautizados, recibieron el Espíritu Santo y hablaron en las lenguas de todos los pueblos […].

Pentecostés.4¿Acaso, hermanos, no se otorga ahora el Espíritu Santo? Quien así piense, no es digno de recibirlo. También ahora se da. “¿Por qué, entonces, nadie habla en las lenguas de todos los pueblos, como las hablaban los que entonces estaban llenos del Espíritu Santo? ¿Por qué?” Porque se ha cumplido lo significado mediante aquel hecho. ¿Qué cosa? Recordad que cando celebramos el día cuarenta después de Pascua, os indiqué que nuestro Señor Jesucristo nos confió la Iglesia, y luego ascendió a los cielos […]. La Iglesia, reunida entonces en una casa, recibió el Espíritu Santo: constaba de pocos hombres, pero estaba presenta en las lenguas del mundo entero. He aquí lo que se buscaba entonces.

En efecto, el que aquella minúscula Iglesia hablase las lenguas de todos los hombres, ¿qué significaba sino que esta gran Iglesia habla las lenguas de todos los hombres desde la salida del sol hasta su ocaso? Ahora se cumple lo que entonces era una promesa. Escuchamos la promesa y vemos su cumplimiento. Escucha, hija; mira. A la reina misma se dijo: Escucha, hija; mira (Sal 44,11). Escucha la promesa, mírala realizada. No te ha engañado Dios, no te ha engañado tu esposo, no te ha engañado quien dio como dote su propia sangre, no te ha engañado quien de fea te hizo hermosa, y de ramera, virgen. Tú has recibido una promesa que eres tú misma; promesa recibida cuando constabas de pocos y cumplida ahora que posees a tantos.

Que nadie diga, pues: “He recibido el Espíritu Santo, ¿por qué no hablo las lenguas de todos los pueblos?” Si queréis poseer el Espíritu Santo, prestad atención, hermanos míos. Nuestro espíritu, gracias al cual vive todo hombre, se llama alma. Y ya veis cuál es la función del alma respecto al cuerpo. Da vigor a todos los miembros; ella ve por los ojos, oye por los oídos, huele por las narices, habla por la lengua, obra mediante las manos y camina sirviéndose de los pies; está presente en todos los miembros al mismo tiempo para mantenerlos en vida; da vida a todos y a cada uno su función. No oye el ojo, ni ve el oído ni la lengua, ni habla el oído o el ojo; pero, en todo caso, viven: vive el oído, vive la lengua: son diversas las funciones, pero una misma la vida. Así es la Iglesia de Dios: en unos santos hace milagros, en otros proclama la verdad, en otros guarda la virginidad, en otros la castidad conyugal; en unos una cosa y en otros otra; cada uno realiza su función propia, pero todos tienen la misma vida.

Espíritu SantoLo que es el alma respecto al cuerpo del hombre, eso mismo es el Espíritu Santo respecto al cuerpo de Cristo que es la Iglesia. El Espíritu Santo obra en la Iglesia lo mismo que el alma en todos los miembros de un único cuerpo. Mas ved de qué debéis guardaros, qué tenéis que cumplir y qué debéis de temer. Acontece que en un cuerpo humano, mejor, de un cuerpo humano, hay que amputar un miembro: una mano, un dedo, un pie. ¿Acaso el alma va tras el miembro cortado? Mientras estaba en el cuerpo vivía; una vez cortado, perdió la vida. De idéntica manera el cristiano es católico mientras vive en el cuerpo; el hacerse hereje equivale a ser amputado, y el alma no sigue a un miembro amputado. Por tanto, si queréis recibir la vida del Espíritu Santo, conservad la caridad, amad la verdad y desead la unidad para llegar a la eternidad. Amén».

(San Agustín, extracto del Sermón 267).

Exhortación del Papa Pablo VI

Pablo VI.1Traemos aquí el extracto de un discurso del Beato Papa Pablo VI (1897-1978; Papa desde 1963 hasta su muerte en 1978). Se trata de una bella exhortación, importante y siempre actual.

La Iglesia tiene necesidad del Espíritu Santo

«La Iglesia tiene necesidad de su perenne Pentecostés. Necesita fuego en el corazón, palabras en los labios, profecía en la mirada. La Iglesia necesita ser templo del Espíritu Santo, necesita una pureza total, vida interior. La Iglesia tiene necesidad de volver a sentir subir desde lo profundo de su intimidad personal, como si fuera un llanto, una poesía, una oración, un himno, la voz orante del Espíritu Santo, que nos sustituye y ora en nosotros y por nosotros con gemidos inefables y que interpreta el discurso que nosotros solos no sabemos dirigir a Dios. La Iglesia necesita recuperar la sed, el gusto, la certeza de su verdad, y escuchar con silencio inviolable y dócil disponibilidad la voz, el coloquio elocuente en la absorción contemplativa del Espíritu, el cual nos enseña toda verdad.

A continuación, necesita también la Iglesia sentir que vuelve a fluir, por todas sus facultades humanas, la onda del amor que se llama caridad y que es difundida en nuestros propios corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. La Iglesia, toda ella penetrada de fe, necesita experimentar la urgencia, el ardor, el celo de esta caridad; tiene necesidad de testimonio, de apostolado. ¿Lo habéis escuchado, hombres vivos, jóvenes, almas consagradas, hermanos en el sacerdocio? De eso tiene necesidad la Iglesia. Tiene necesidad del Espíritu Santo en nosotros, en cada uno de nosotros y en todos nosotros a la vez, en nosotros como Iglesia. Sí, es del Espíritu Santo de lo que, sobre todo hoy, tiene necesidad la Iglesia. Decidle, por tanto, siempre: “¡Ven!”».

(Beato Papa Pablo VI, Discurso del 29 de noviembre de 1972).

Secuencia de Pentecostés

Pentecostés.1Finalmente, podemos orar con esta bellísima oración dirigida al Espíritu Santo, cuyo autor es el Jesuita y poeta español José Luís Blanco Vega, S. J., autor de bastantes de los himnos que rezamos en la Liturgia de las Horas. Esta hermosa oración ha sido constituida en «Secuencia» de la Liturgia de la Palabra de la Misa de la Solemnidad de Pentecostés, por lo que en las Misas de esta Solemnidad la escucharemos y rezaremos con ella antes de ser proclamado el Evangelio. Aconsejamos meditarla despacio y orar con ella habitualmente al Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, pidiendo constantemente su venida a nosotros, pues Él lo es todo en nosotros, y en nosotros obra todo bien.

Ven, Espíritu divino

«Ven, Espíritu divino,

manda tu luz desde el cielo.

Padre amoroso del pobre;

don, en tus dones espléndido;

luz que penetra las almas;

fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo,

tregua en el duro trabajo,

brisa en las horas de fuego,

gozo que enjuga las lágrimas

y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,

divina luz, y enriquécenos.

Mira el vacío del hombre,

si tú le faltas por dentro;

mira el poder del pecado,

cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,

sana el corazón enfermo,

lava las manchas, infunde

calor de vida en el hielo,

doma el espíritu indómito,

guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,

según la fe de tus siervos;

por tu bondad y tu gracia,

dale al esfuerzo su mérito;

salva al que busca salvarse

y danos tu gozo eterno.

Amén».

(«Secuencia» de Pentecostés).

Pentecostés.3.Vaticano