Ofrecemos el texto del Evangelio que será proclamado este Domingo 24 de abril de 2016 en la Liturgia de la Iglesia (Domingo V de Pascua, Ciclo C). Posteriormente proponemos leer un comentario del gran San Agustín y otro de la Beata Madre Teresa de Calcuta. Y, finalmente, animamos a todos a rezar con un hermoso Himno de la Liturgia de las Horas.
Del Evangelio según San Juan (Jn 13,31-33a.34-35)
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros
«Cuando salió judas del cenáculo, dijo Jesús:
-“Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará).
Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros”».
Palabra del Señor.
Comentario de San Agustín

San Agustín.
Teólogo, filósofo, maestro de retórica, uno de los grandes pensadores de la historia de la humanidad, escritor prolífico y de inusitada profundidad y rotundidad en sus argumentaciones, el gran San Agustín de Hipona (354-430), Obispo y Doctor de la Iglesia, el más grande de los Padres de la Iglesia en Occidente, es, sin duda alguna, uno de los grandes maestros para la vida de fe. De él traemos aquí un comentario muy bueno referente a este texto del Evangelio.
Perseguid el amor, sin el que el rico es pobre y con el que el pobre es rico
«El mismo Señor que los alimentó con la palabra de la verdad y del amor [a los apóstoles], que es el mismo pan vivo que ha bajado del cielo, dijo: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros (Jn 13,34). Y también: En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os amáis los unos a los otros ((Jn 13,35). El que vino a dar muerte a la corrupción de la carne a través de la ignominia de la cruz y a desatar con la novedad de su muerte la cadena vetusta de la nuestra, creó un hombre nuevo con el mandamiento nuevo. […] Por tanto, quien adujo la novedad de la vida contra la vetustez de la muerte, él mismo opone al pecado viejo el mandamiento nuevo. En consecuencia, quienquiera que seas tú que quieres extinguir el viejo pecado, apaga la concupiscencia con el mandamiento nuevo y abrázate al amor. Como la concupiscencia es la raíz de todos los males, así también el amor es la raíz de todos los bienes.
El amor por el que amamos a Dios y al prójimo posee confiado toda la magnitud y latitud de las palabras divinas. El único maestro, el celestial, nos enseña y dice: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos pende toda la ley y los profetas (Mt 22,37-40). Si, pues, no dispones de tiempo para escudriñar todas las páginas santas, para quitar todos los velos a sus palabras y penetrar en todos los secretos de las Escrituras, mantente en el amor, del que pende todo; así tendrás lo que allí aprendiste y también lo que aún no has aprendido. En efecto, si conoces el amor, conoces algo de lo que pende también lo que tal vez no conoces. En lo que comprendes de las Escrituras, se descubre evidente el amor; en lo que no entiendes se oculta. Quien tiene el amor en sus costumbres posee, pues, tanto lo que está a la vista como lo que está oculto en la palabra divina.
Por tanto, hermanos, perseguid el amor, el dulce y saludable vínculo de las mentes sin el que el rico es pobre y con el que el pobre es rico. El amor da resistencia en las adversidades y moderación en la prosperidad; es fuerte en las pruebas duras, alegre en las buenas obras; confiado en la tentación, generoso en la hospitalidad; alegre entre los verdaderos hermanos, pacientísimo entre los falsos.
Grato en Abel por su sacrificio, seguro en Noé por el diluvio, lleno de fidelidad en las peregrinaciones de Abrahán, suavísimo en medio de injurias en Moisés, mansísimo frente a las tribulaciones en David. En los tres niños espera con inocencia las blandas llamas, en los Macabeos tolera con fortaleza los fuegos atroces. Es casto en Susana con respecto a su marido, en Ana después de muerto su marido, en María sin marido. Es libre en Pablo para argüir, humilde en Pedro para obedecer. Humano en los cristianos para confesarle, divino en Cristo para perdonar.
Pero, ¿puedo decir algo mejor y más abundante a propósito del amor que las alabanzas que le prodiga el Señor por boca del Apóstol? Muestra un camino sobreexcelente y dice: Aunque hable las lenguas de los ángeles y de los hombres, si no tengo amor soy como un bronce que suena o un címbalo que retiñe; y aunque tenga el don de profecía y conozca todos los misterios y toda la ciencia y aunque tenga tanta fe que hasta traslade los montes, si no tengo amor, nada soy. Y aunque entregue todos mis bienes y distribuya todo lo que tengo a los pobres y aunque entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es magnánimo, el amor es benigno; el amor no es envidioso, no obra el mal, no se hincha, no es descortés, no busca las cosas propias, no se irrita, no piensa mal, no goza con el mal, se alegra con la verdad. Todo lo tolera, todo lo cree, todo lo espera, todo lo sufre. El amor nunca desfallece (1 Co 13,1-8).
¡Qué grandeza la suya! Es el alma de las Escrituras, el poder de la profecía, la salvación de los misterios, el fundamento de la ciencia, el fruto de la fe, la riqueza de los pobres, la vida de los que mueren. ¿Hay grandeza de alma mayor que la del que muere por los impíos? ¿Qué hay tan benigno como amar a los enemigos? El amor es lo único que no oprime a la felicidad ajena, que no siente envidia de ella. Es lo único que no se enfríe con la felicidad propia, porque no se hincha. Es lo único a lo que no punza la mala conciencia, porque no obra el mal. Se halla confiado en los insultos, hace el bien en medio del odio; en medio de la ira es plácido, entre las insidias inocente; en medio de la maldad llora, en la verdad respira. ¿Qué hay más fuerte que él, no para devolver las injurias, sino para curarlas? ¿Qué hay más fiel que él, no por vanidad, sino para la eternidad? En efecto, tolera todo en la vida presente porque cree todo lo referente a la vida futura y sufre todo lo que aquí le sobreviene, porque espera todo lo que allí se le promete; con razón, nunca desfallece. Así, pues, perseguid el amor y pensando devotamente en ella, aportad frutos de justicia. Y cualquier alabanza que vosotros hayáis encontrado más exuberante de lo que yo haya podido decir, muéstrese en vuestras costumbres».
(San Agustín, Extracto del Sermón 350).
Comentario de la Beata Teresa de Calcuta

Beata Madre Teresa de Calcuta.
Traemos aquí otro comentario de la Beata Madre Teresa de Calcuta (1910-1997), fundadora de la Congregación de las «Misioneras de la Caridad» en el siglo XX, universalmente conocida, respetada y querida por su amor y su vida entregada a los «pobres más pobres» de la tierra, según su misma expresión. Un comentario que llama a vivir y a verificar en la concreción más cotidiana la verdad del amor. Ciertamente, cualquier cosa de Madre Teresa es sumamente edificante. Veámoslo.
Todo el mundo necesita ser amado
«Yo digo siempre que el amor comienza en casa. Lo primero es vuestra familia y después vuestra ciudad. Es fácil pretender amar a los que están lejos, pero mucho menos fácil es amar a los que viven con nosotros o muy cerca. Desconfío de los proyectos impersonales, porque lo único que cuenta es cada persona. Para conseguir amar a una persona es necesario estar cerca de ella. Todo el mundo necesita ser amado. Cada uno de nosotros necesita saber que es alguien para los demás y que es de un valor inestimable a los ojos de Dios.
Cristo dijo: Amaos los unos a los otros como yo os he amado. Y dijo también: Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Es a Él a quien amamos en cada pobre, y cada ser humano en la tierra es pobre de alguna cosa. Dijo: Tuve hambre y me disteis de comer. Estuve desnudo y me vestisteis. Siempre recuerdo a mis hermanas y a nuestros hermanos que nuestra jornada está compuesta de veinticuatro horas con Jesús».
(Beata Teresa de Calcuta, De su libro Camino de sencillez).
Himno litúrgico
Finalmente, podemos orar con este hermoso poema del Jesuita y poeta español José Luís Blanco Vega, S. J., autor de bastantes de los himnos que rezamos en la Liturgia de las Horas. Éste que ponemos aquí, en concreto, se halla como «Himno» del «Común» de Vísperas del «Tiempo Pascual». La experiencia de los dos discípulos en el camino de Emaús, en la tarde del Domingo de Pascua, se hace aquí oración del creyente —oración de la Iglesia toda— que, con la belleza de la poesía, suplica la presencia de Jesús resucitado y vivo, el cual, con su amor, todo lo renueva.
Quédate con nosotros
«Quédate con nosotros,
la tarde está cayendo.
¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.
¿Cómo sabremos que eres
un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo,
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.
Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.
Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las ascuas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo
del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa».
(«Himno Litúrgico», del «Común» de Vísperas del «Tiempo Pascual»).