Ofrecemos el texto del Evangelio que será proclamado este Domingo 3 de abril de 2016 en la Liturgia de la Iglesia (Domingo II de Pascua, o de la «Divina Misericordia», Ciclo C). Posteriormente proponemos leer, a modo de comentario a este texto evangélico, unos números importantes, alusivos a la historicidad de la resurrección del Señor, del Catecismo de la Iglesia Católica. Y, finalmente, animamos a todos a rezar con un hermoso Himno de la Liturgia de las Horas.
Del Evangelio según San Juan (Jn 20,19-31)
A los ocho días, llegó Jesús

«La incredulidad de Santo Tomás». Caravaggio (año 1602). (Pulsando en la foto se puede ver ampliada).
«Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-“Paz a vosotros”.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-“Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-“Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.
Tomás, uno de los Doce, llamado “el Mellizo”, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
-“Hemos visto al Señor”.
Pero él les contestó:
-“Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
-“Paz a vosotros”.
Luego dijo a Tomás:
-“Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”.
Contestó Tomás:
-“¡Señor mío y Dios mío!”
Jesús le dijo:
-“¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre».
Palabra del Señor.
«Catecismo de la Iglesia Católica»
El Catecismo de la Iglesia Católica ha de ser, para el cristiano, una especie de “vademécum”, valga la comparación. En él está compendiado, sintetizado y sistematizado todo cuanto la Iglesia cree (la doctrina de la fe, en base al «Credo»), celebra (Liturgia y Sacramentos), vive (vida moral) y ora (la oración comunitaria y litúrgica, y la oración individual); todo cuanto el cristiano cree, celebra, vive y ora; todo cuanto el cristiano está llamado —en la gozosa comunión de la Iglesia— a asumir en su fe personal, a celebrar en la liturgia eclesial, a vivir en su vida cotidiana con una conducta moral coherente conforme a la fe que profesa, y a llevar a su vida de oración diaria y de amistad con Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica (promulgado por el Papa San Juan Pablo II en su primera edición en el año 1992, y en su edición «típica» latina en 1997), ha de estar junto a la Biblia, en cada hogar donde haya una familia cristiana; y ha de ser leído, estudiado, meditado, consultado, llevado a la vida. Es un medio excelente de formación cristiana.
Del Catecismo de la Iglesia Católica extractamos aquí, entonces, un texto importante que puede servir a modo de comentario al texto evangélico de hoy. Aquí se nos enseña acerca de la historicidad de la resurrección del Señor. Sería bueno leer en casa (despacio) todo el capítulo relativo a este artículo de la fe; así, entre otras cosas, se podrá leer con la riqueza de citas que lleva, y que aquí no podemos poner.
Acontecimiento histórico y trascendente
«El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya San Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: “Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce” (1 Co 15,3-4). El aspóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco.
El sepulcro vacío
“¿Por qué buscar entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” (Lc 24,5-6). En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo. A pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección. Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres, después de Pedro. “El discípulo que Jesús amaba” (Jn 20,2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir “las vendas en el suelo” (Jn 20,6), “vio y creyó” (Jn 20,8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro.
Las apariciones del Resucitado
María Magdalena y las santas mujeres, que iban a embalsamar el cuerpo de Jesús enterrado a prisa en la tarde del Viernes Santo por la llegada del Sábado, fueron las primeras en encontrar al Resucitado. Así las mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles. Jesús se apareció enseguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce. Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos, ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es sobre el que la comunidad exclama: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!” (Lc 24,34).
Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles —y a Pedro en particular— en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de Pascua. Como testigos del Resucitado, los Apóstoles son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera comunidad de creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos, conocidos de los cristianos, y de los que la mayor parte aún vivían entre ellos. Estos “testigos de la Resurrección de Cristo” son ante todo Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente de más de quinientas personas a las que se pareció Jesús en una sola vez, además de Santiago y de todos los Apóstoles (cf. 1 Co 15,4-8).
Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la fe de los discípulos fue sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en Cruz de su Maestro, anunciada por Él de antemano. La sacudida provocada por la pasión fue tan grande que (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística, nos presentan a los discípulos abatidos (“la cara sombría”: Lc 24,37) y asustados (cf. Jn 20,19). Por eso no creyeron a las santas mujeres que regresaban del sepulcro y “sus palabas les parecían como desatinos” (Lc 24,11). Cuando Jesús se manifiesta a los once en la tarde de Pascua, “les echó en cara su incredulidad y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían visto resucitado” (Mc 16,14).
Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante la realidad de Jesús resucitado, los discípulos dudan todavía: creen ver un espíritu. “No acababan de creerlo a causa de la alegría y estaban asombrados” (Lc 24,41). Tomás conocerá la misma prueba de la duda y, en la última aparición en Galilea referida por Mateo, “algunos sin embargo dudaron” (Mt 28,17). Por esto la hipótesis según la cual la Resurrección habría sido un “producto” de la fe (o de la credulidad) de los apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la Resurrección nació —bajo la acción de la gracia divina— de la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado».
(Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 639-644).
Himno litúrgico
Finalmente, podemos orar con este hermoso poema del Jesuita y poeta español José Luís Blanco Vega, S. J., autor de bastantes de los himnos que rezamos en la Liturgia de las Horas. Éste que ponemos aquí, en concreto, se halla como «Himno» del «Común» de Vísperas del «Tiempo Pascual». En él se da noticia, con la belleza de la poesía, del acontecimiento histórico de la Resurrección de Jesús. Oremos y meditemos con él en la verdad feliz de la Resurrección de nuestro Señor, acontecimiento en el que Él nos ha regalado su victoria sobre la muerte.
¿Qué ves en la noche, dinos, centinela?
«¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?
Dios como un almendro
con la flor despierta;
Dios que nunca duerme
busca quien no duerma,
y entre las diez vírgenes
sólo hay cinco en vela.
Gallos vigilantes
que la noche alertan.
Quien negó tres veces
otras tres confiesa,
y pregona el llanto
lo que el miedo niega.
Muerto le bajaban
a la tumba nueva.
Nunca tan adentro
tuvo al sol la tierra.
Daba el monte gritos,
piedra contra piedra.
Vi los cielos nuevos
y la tierra nueva.
Cristo entre los vivos,
y la muerte muerta.
Dios en las criaturas,
¡y eran todas buenas!»
(«Himno Litúrgico», del «Común» de Vísperas del «Tiempo Pascual»).
A continuación, se puede contemplar y admirar la sagrada imagen de nuestro Señor Jesucristo en el momento mismo de su Resurrección, en el monumental y bellísimo «Retablo Mayor» de nuestra iglesia parroquial de San Nicolás de Murcia. Aconsejamos pulsar en la siguiente foto para ver el detalle reseñado ampliado: