El Evangelio del Domingo con el gran San Agustín y la «Liturgia de las Horas»

Ofrecemos el texto del Evangelio que será proclamado este Domingo 31 de enero de 2016 (Domingo IV del Tiempo Ordinario, Ciclo C) en la Liturgia de la Iglesia. Posteriormente proponemos leer un comentario del gran San Agustín. Y, finalmente, animamos a todos a rezar con un hermoso Himno de la Liturgia de las Horas.

Del Evangelio según San Lucas (Lc 4,21-30)

Jesús, como Elías y Elíseo, no es enviado sólo a los judíos

Jesús.Sinagoga«En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga:

-“Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.

Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.

Y decían:

-“¿No es éste el hijo de José?”

Y Jesús les dijo:

-“Sin duda me recitaréis aquel refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’: haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm”.

Y añadió:

-“Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del Profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio”.

Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.

Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba».

Palabra del Señor.

Comentario de San Agustín

Del gran San Agustín de Hipona (354-430), Obispo y Doctor de la Iglesia, el más grande de los Padres de la Iglesia en Occidente, y uno de los grandes maestros para la vida de fe —sin duda alguna—, traemos aquí este comentario.

El Padre es Dios; la Madre, la Iglesia

San Agustín, Obispo y Doctor de la Iglesia.

San Agustín, Obispo y Doctor de la Iglesia.

«Pon tus ojos en el seno de la madre Iglesia; advierte su esfuerzo envuelto en gemidos para traerte a la vida, para alumbrarte a la fe […].

Pueblo que estás siendo creado, alaba a tu Dios; alaba, alaba a tu Dios, pueblo que te abres a la vida. Alábale porque te amamanta, alábale porque te alimenta; puesto que te nutre, crece en sabiduría y edad […]. Como está escrito, alegrad a vuestro padre con vuestro progresar en la sabiduría y no contristéis a vuestra madre con vuestro desfallecimiento.

Amad lo que vais a ser. Vais a ser hijos de Dios e hijos de adopción. Eso se os otorgará y se os concederá gratuitamente. Vuestra participación será tanto más abundante y generosa cuanto mayor sea vuestra gratitud hacia aquel de quien la habéis recibido. Suspirad por él, que conoce quiénes son los suyos. No tendrá inconveniente en contaros entre los que él sabe que son suyos, si, invocando el nombre del Señor, os apartáis de la injusticia. Tenéis, o habéis tenido, en este mundo, padres carnales que os engendraron para la fatiga, el sufrimiento y la muerte; pero, pensando en una orfandad aportadora de mayor felicidad, cada uno de vosotros puede decir de ellos: Mi padre y mi madre me abandonaron (Sal 26,10).

Reconoce, ¡oh cristiano!, a aquel otro padre que, al abandonarte ellos, te recogió desde el seno de tu madre, y a quien cierto hombre creyente dice con verdad: Tú eres mi protector desde el seno de mi madre (Sal 21,11). El Padre es Dios; la Madre, la Iglesia. Éstos os engendraron de manera muy distinta a como os engendraron los otros. Este parto no va acompañado de fatiga, miseria, llanto y muerte, sino de facilidad, dicha, gozo y vida. Aquél fue un nacimiento lamentable, éste deseable. Aquéllos, al engendrarnos, nos engendran para la pena eterna debido a la culpa original; éstos, regenerándonos, hacen que desaparezca la pena y la culpa. Ésta es la generación de quienes le buscan, de los que buscan el rostro del Dios de Jacob (Sal 23,6). Buscadlo con humildad; pues, una vez que le hayáis hallado, llegaréis a la excelsitud más segura.

San Agustín, Obispo y Doctor de la Iglesia.

San Agustín, Obispo y Doctor de la Iglesia.

Vuestra infancia sea la inocencia; vuestra juventud, el valor; vuestra edad adulta, el mérito, y vuestra senectud no sea otra cosa que vuestro entendimiento canoso y sabio. No se trata de que pases por todas estas etapas de la vida, sino de que te renueves permaneciendo en la que estás […].

Animaos, pues, a esto, unidos y separados: unidos a los buenos y separados de los malos; como elegidos, amados, conocidos de antemano, llamados, candidatos a la justificación y a la glorificación, para que, creciendo, rejuveneciendo y envejeciendo, no por el debilitamiento de los miembros, sino por la madurez de la fe, propia de hombres adultos, llegados a la vejez plena, llenos de paz, anunciéis las obras del Señor, que os hizo tantas maravillas porque es poderoso, su nombre es santo y su sabiduría no tiene medida. Buscáis la vida: corred hacia él, que es la fuente de la vida, y, alejadas las tinieblas de vuestros oscuros deseos, veréis la luz en la luz de aquel Unigénito, vuestro clementísimo Redentor y brillantísimo Iluminador. Si buscáis la salvación, poned vuestra esperanza en quien salva a los que esperan en él. Si deseáis la embriaguez y las delicias, tampoco os las negará. Sólo es preciso que vengáis, lo adoréis, os prosternéis y lloréis en presencia de quien os hizo, y él os embriagará de la abundancia de su casa y os dará a beber del torrente de sus delicias (cf. Sal 35,9).

Pero estad atentos, no entre a vosotros el pie de la soberbia; vigilad para que no os arrastren las manos de los pecadores. A fin de que no acontezca lo primero, orad para que purifique cuanto oculto hay en vosotros; para que no sobrevenga lo segundo y os tire por tierra, pedid que os libre de los males ajenos. Si estáis tumbados, levantaos; una vez levantados, poneos de pie; puestos de pie, quedad firmes y manteneos en esa postura. No carguéis ya más con el yugo; antes bien romped sus coyundas y arrojadlo lejos de vosotros para no volver a estar unidos al yugo de la esclavitud (cf. Sal 2,3)».

(San Agustín, Obispo, Extracto del Sermón 216).

Himno litúrgico

Jesús y trabajo.006Finalmente, podemos orar con este hermoso poema del Jesuita y poeta español José Luís Blanco Vega, autor de bastantes de los himnos que rezamos en la Liturgia de las Horas. Éste que ponemos aquí, en concreto, se halla como «Himno» de la Hora Intermedia de los miércoles de las semana II y IV del Salterio, y del «Común» de la Hora Sexta. Oremos con humildad y con sencillez al Señor: Él también está donde un hombre o una mujer trabajan con honradez para llevar el pan a su casa; donde una persona trabaja con honestidad por el bien, la paz, la justicia, la solidaridad…; donde un creyente trabaja por la salvación propia y de los otros… El que así trabaja colabora con Dios acrecentando su Creación y su Reino. Al que así trabaja no le falta la bendición de Dios. Trabajemos, pues, así para que Dios esté con nosotros.

Te está cantando el martillo

«Te está cantando el martillo,

y rueda en tu honor la rueda.

Puede que la luz no pueda

librar del humo su brillo.

¡Qué sudoroso y sencillo

te pones a mediodía,

Dios de esta dura porfía

de estar sin pausa creando,

y verte necesitando

del hombre más cada día!

Quien diga que Dios ha muerto

que salga a la luz y vea

si el mundo es o no tarea

de un Dios que sigue despierto.

Ya no es su sitio el desierto

ni en la montaña se esconde;

decid, si preguntan dónde,

que Dios está —sin mortaja—

en donde un hombre trabaja

y un corazón le responde.

Amén».

Himno litúrgico», de la Hora Intermedia de los miércoles de las semana II y IV del Salterio, y del «Común» de la Hora Sexta).

Jesús y trabajo.001