Ofrecemos el texto del Evangelio que será proclamado este Domingo 25 de octubre de 2015 (Domingo XXX del Tiempo Ordinario, Ciclo B) en la Liturgia de la Iglesia. Posteriormente proponemos leer dos comentarios, uno del gran San Agustín y otro de San Gregorio Magno, ambos alusivos a esta Palabra del Señor. Y, finalmente, animamos a todos a rezar con un hermoso Himno de la «Liturgia de las Horas».
Del Evangelio según San Marcos (Mc 10,46-52)
¡Maestro, que pueda ver!
«En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
-“Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”.
Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:
-“Hijo de David, ten compasión de mí”.
Jesús se detuvo y dijo:
-“Llamadlo”.
Llamaron al ciego, diciéndole:
-“Ánimo, levántate, que te llama”.
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo:
-“¿Qué quieres que haga por ti?”
El ciego le contestó:
-“Maestro, que pueda ver”.
Jesús le dijo:
-“Anda, tu fe te ha curado”.
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino».
Palabra del Señor.
Comentario de San Agustín

San Agustín.
Del gran San Agustín de Hipona, Obispo y Doctor de la Iglesia, el más grande de los Padres de la Iglesia en Occidente (siglos IV-V), y uno de los grandes maestros para la vida de fe —sin duda alguna—, traemos aquí un comentario acerca del milagro que realizó el Señor curando al ciego Bartimeo.
Nuestra misma vida ha de ser como un grito lanzado en pos de Cristo
«Amad al Señor. Amad, digo, esta luz tal como la amaba con un amor inmenso aquel que hizo llegar a Jesús su grito: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! El ciego gritaba así mientras pasaba Jesús. Tenía miedo de que pasara Jesús y no le devolviera la vista. ¿Con qué ardor gritaba? Con un ardor tal que, mientras la gente le hacía callar, él continuaba gritando. Su voz triunfó sobre la de quienes se le oponían y retenían al Salvador. Mientras la muchedumbre producía estrépito y quería impedirle hablar, Jesús se detuvo.
Amad a Cristo. Desead esa luz que es Cristo. Si aquel ciego deseó la luz física, mucho más debéis desear vosotros la luz del corazón. Elevemos a él nuestro grito no tanto con la voz física como con un recto comportamiento. Intentemos vivir santamente, redimensionemos las cosas del mundo. Que lo efímero sea como nada para nosotros. Cuando nos comportemos así, los hombres mundanos nos lo reprocharán como si nos amaran. Nos criticarán a buen seguro y, al vernos despreciar estas cosas naturales, estas cosas terrenas, nos dirán: “¿Por qué quieres sufrir privaciones? ¿Estás loco?” Ésos son aquella muchedumbre que se oponía al ciego cuando éste quería hacer oír su llamada. Existen cristianos así, pero nosotros intentamos triunfar sobre ellos, y nuestra misma vida ha de ser como un grito lanzado en pos de Cristo.
Él se detendrá, porque, en efecto, está, inmutable. Para que la carne de Cristo fuera honrada, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14a). Gritemos, pues, y vivamos rectamente».
(San Agustín, Extracto del Sermón 349).
Comentario de San Gregorio Magno

San Gregorio Magno, Papa.
San Gregorio Magno, Papa y Doctor de la Iglesia, vivió entre los años 540 y 604. De familia patricia y profundamente cristiana, recibió una esmerada educación y cultura clásica. Fue funcionario y llegó a ser prefecto de la ciudad de Roma. Pero, poco tiempo después, se retiró a la vida monástica. En la casa heredada de su padre fundó el Monasterio de San Andrés, y más tarde, con sus bienes familiares fundó otros seis monasterios en Sicilia. Posteriormente, fue legado del Papa en Constantinopla durante siete años. A la muerte de éste, fue elegido Papa, y el 3 de septiembre del año 590 fue consagrado Obispo de Roma. De él nos han llegado algunas obras como su conocida Regla Pastoral, sus Homilías sobre los Evangelios (de donde tomamos el comentario de hoy), o su conocido y apreciado libro titulado Diálogos, entre otras. Se ocupó del resurgimiento de la vida religiosa de Roma, restauró las estaciones litúrgicas, reorganizó el servicio a los pobres, procuró que los clérigos cumplieran bien su misión y cuidó mucho la disciplina de la Iglesia. Cuidó, asimismo, de las Iglesias de África, de las Galias y de España, y envió a un grupo de monjes como misioneros a Inglaterra, quienes, por su parte, hicieron una inmensa labor. Hizo una ingente obra litúrgica, dentro de la cual se encuentra la reorganización del canto y de la escuela de cantores de Roma.
Del Papa san Gregorio Magno traemos aquí, entonces, el siguiente comentario, muy práctico, por lo demás, para la vida de oración.
Insistiendo vigorosamente en la oración, haremos que Jesús se pare al pasar
«Que todo hombre que sabe que las tinieblas hacen de él un ciego grite desde el fondo de su ser: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí. Pero escucha también lo que sigue a los gritos del ciego: Los que iban delante lo regañaban para que se callara. ¿Quiénes son estos? Están ahí para representar los deseos de nuestra condición humana en este mundo, los que nos arrastran a la confusión, los vicios del hombre y el temor, que, con el deseo de impedir nuestro encuentro con Jesús, perturban nuestras mentes mediante la siembra de la tentación y quieren acallar la voz de nuestro corazón en la oración.
En efecto, suele ocurrir con frecuencia que nuestro deseo de volver de nuevo a Dios, nuestro esfuerzo por alejar nuestros pecados mediante la oración, se ven frustrados por estos: la vigilancia de nuestro espíritu se relaja al entrar en contacto con ellos, llenan de confusión nuestro corazón y ahogan el grito de nuestra oración.
¿Qué hizo entonces el ciego para recibir la luz a pesar de los obstáculos? Él gritó más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Ciertamente, cuanto más nos agobie el desorden de nuestros deseos, más debemos insistir con nuestra oración; cuanto más nublada esté la voz de nuestro corazón, hay que insistir con más fuerza, hasta dominar el desorden de los pensamientos que nos invaden y llegar a oídos fieles del Señor. Creo que cada uno se reconocerá en esta imagen: en el momento en que nos esforzamos por desviarlos de nuestro corazón y dirigirlos a Dios, suelen ser tan inoportunos y nos hacen tanta fuerza, que debemos combatirlos. Pero insistiendo vigorosamente en la oración, haremos que Jesús se pare al pasar. Como dice el Evangelio: Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran».
(San Gregorio Magno, Papa, Extracto de su obra Homilías sobre los Evangelios).
«Cristo, alegría del mundo»
Finalmente, podemos orar con este hermoso Himno de la «Liturgia de las Horas», invocando al Señor Jesús, luz y resplandor de la gloria del Padre. Que Cristo sea siempre nuestra luz en el camino de la vida.
«Cristo,
alegría del mundo,
resplandor de la gloria del Padre.
¡Bendita la mañana
que anuncia tu esplendor al universo!
En el día primero,
tu resurrección alegraba
el corazón del Padre.
En el día primero,
vio que todas las cosas eran buenas
porque participaban de tu gloria.
La mañana celebra
tu resurrección y se alegra
con claridad de Pascua.
Se levanta la tierra
como un joven discípulo en tu busca,
sabiendo que el sepulcro está vacío.
En la clara mañana,
tu sagrada luz se difunde
como una gracia nueva.
Que nosotros vivamos
como hijos de luz y no pequemos
contra la claridad de tu presencia».
Amén.
(«Himno litúrgico», de Laudes del Domingo de la III Semana del Salterio).