El Evangelio del Domingo con el gran San Agustín y la Madre Teresa de Calcuta

Ofrecemos el texto del Evangelio que será proclamado este Domingo 11 de octubre de 2015 (Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, Ciclo B) en la Liturgia de la Iglesia. Posteriormente proponemos leer un comentario del gran San Agustín alusivo a esta Palabra del Señor. Y, finalmente, animamos a todos a rezar con una bella oración de la Beata Madre Teresa de Calcuta.

Del Evangelio según San Marcos (Mc 10,17-30)

Vende lo que tienes y sígueme

Jesús y joven rico.1«En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó:

-“Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”

Jesús le contestó:

-“¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”.

Él replicó:

-“Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño”.

Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo:

-“Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”.

A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:

-“¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!”

Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió:

-“Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios”.

Ellos se espantaron y comentaban:

-“Entonces, ¿quién puede salvarse?”

Jesús se les quedó mirando y les dijo:

-“Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”.

Pedro se puso a decirle:

-“Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”.

Jesús dijo:

-“Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones—, y en la edad futura, vida eterna”».

Jesús y un joven.1

Comentario de San Agustín

San Agustín.

San Agustín.

Teólogo, filósofo, maestro de retórica, uno de los grandes pensadores de la historia de la humanidad, escritor prolífico y de inusitada profundidad y rotundidad en sus argumentaciones, el gran San Agustín de Hipona, Obispo y Doctor de la Iglesia, el más grande de los Padres de la Iglesia en Occidente (siglos IV-V), es, sin duda alguna, uno de los grandes maestros para la vida de fe. De él traemos aquí un comentario referente a esta enseñanza de Jesús.

Me diste poco, recibirás mucho

«Si amas la vida y temes la muerte, este mismo temor es un constante invierno. Y cuando más nos punza el temor de la muerte es cuando todo nos va bien. Cuando nos va mal, no tememos morir. Por eso, creo que para aquel rico a quien causaban gran satisfacción sus riquezas —pues tenía muchas y muchas posesiones— el temor de la muerte era una llamada continua y en medio de sus delicias se consumía. Pensaba en que tendría que dejar todos aquellos bienes. Los había acumulado sin saber para quién; deseaba algo eterno. Vino al Maestro y le dijo: Maestro bueno, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna? Me va bien, pero se me escapa lo que poseo. Me va bien pero pronto desaparecerán estos bienes que poseo. Dime dónde puedo obtener lo que dura para siempre; dime cómo he de llegar a alcanzar lo que no puedo poseer. Y el Señor le dijo: Si quieres llegar a la vida, guarda los mandamientos. ¿Qué mandamientos?, preguntó y los escuchó. Replicó que él ya los había guardado todos desde su juventud. Y el Señor, consejero de la vida eterna, le dijo: Una sola cosa te falta: “Si quieres ser perfecto, vete, vende todo lo que posees y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo”. No le dijo: “Piérdelos”, sino véndelo y ven y sígueme (Mt 19,16-22).

Él tenía su gozo en esas riquezas; por eso preguntaba al Señor qué tenía que hacer de bueno para conseguir la vida eterna; deseaba dejar unos placeres para conseguir otros, y temía abandonar aquellos en los que encontraba su gozo. Por eso se alejó triste, volviendo a sus tesoros terrenos. No quiso confiar en el Señor, que puede conservar en el cielo lo que ha de perecer en la tierra. No quiso ser verdadero amador de su tesoro. Poseyéndolo de forma inadecuada, lo perdió; amándolo con exceso, lo perdió. Pues si lo hubiese amado como debía, lo hubiese enviado al cielo, adonde le seguiría él después. El Señor le mostró un lugar a donde enviarlo, no uno donde perderlo. A continuación dice: Donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón (Mt 6,21).

San Agustín.

San Agustín.

Pero los hombres quieren estar viendo sus riquezas. Suponte que las acumulan en la tierra; ¿no temen acaso que se las vean? Cavaron hoyos, las enterraron, las taparon: ¿ven acaso lo que tienen? No siquiera el mismo rico las ve. Desea que sus riquezas queden ocultas para no tener que sufrir a acusa de ellas. Quieres ser rico en la opinión de los demás, no en la realidad. ¡Como si bastase saber lo que tiene, una vez que lo guardó en la tierra! ¡Cuánto más y mejor sería para ti el saber lo que tienes si lo tuvieses en el cielo! Aquí, cuando lo entierras en la tierra, temes que llegue a saberlo tu criado, lo robe y huya; aquí temes que él te lo arrebate. Allí no has de temer nada, porque te lo guarda bien tu Señor […].

Esto te dice tu Señor: ¿Quieres dar poco y recibir mucho? No busques al hombre que llora cuando le exiges el interés [de lo que le has prestado anteriormente]. Búscame a mí que gozo cuando tengo que devolver. Heme aquí, dame y recibe. En el momento oportuno te devolveré. ¿Qué te devolveré? Me diste poco, recibirás mucho; me diste bienes terrenos, te los devolveré celestiales; me los diste temporales, recibirás los eternos; me diste de lo mío, recíbeme a mí mismo. ¿Qué me diste, sino lo que recibiste de mí? ¿No voy a devolver lo que me prestaste, yo, que te di con qué prestarme? Yo te di a ti mismo que me prestas; te di a Cristo, a quien pudieras prestar, y él te dijo: Cuando lo hicisteis con uno de estos mis pequeñuelos, conmigo lo hicisteis (Mt 25,40). Mira a quien prestas. Él alimenta y pasa hambre por ti; da y está necesitado. Cuando da, quieres recibir; cuando está necesitado, no quieres dar. Cristo está necesitado cuando lo está un pobre. Quien está dispuesto a dar a todos los suyos la vida eterna, se ha dignado recibir de manera temporal en cualquier pobre».

(San Agustín, Extracto del Sermón 38).

Una oración de la Beata Teresa de Calcuta

Por último, una bella oración de la Beata Madre Teresa de Calcuta (1910-1997), fundadora de la Congregación de las “Misioneras de la Caridad” en el siglo XX, universalmente conocida, respetada y querida por su amor y su vida entregada a los «pobres más pobres», según su misma expresión. Una oración en la que, como ella nos tiene acostumbrados, se aúnan la sencillez, la belleza y la profundidad espiritual. Recemos a Dios con esta hermosa «oración para aprender a amar»; y, sobre todo, pidámosle el valor de rezarla con verdad.

Beata Teresa de Calcuta con San Juan Pablo II.

Beata Teresa de Calcuta con San Juan Pablo II.

Oración para aprender a amar

«Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida;

cuando tenga sed, dame alguien que precise agua;

cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor.

Cuando sufra, dame alguien que necesita consuelo;

cuando mi cruz parezca pesada, déjame compartir la cruz del otro;

cuando me vea pobre, pon a mi lado algún necesitado.

Cuando no tenga tiempo, dame alguien que precise de mis minutos;

cuando sufra humillación, dame ocasión para elogiar a alguien;

cuando esté desanimado, dame alguien para darle nuevos ánimos.

Cuando quiera que los otros me comprendan,

dame alguien que necesite de mi comprensión;

cuando sienta necesidad de que cuiden de mí, dame alguien a quien pueda atender;

cuando piense en mí mismo, vuelve mi atención hacia otra persona.

Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos;

dales, a través de nuestras manos, no sólo el pan de cada día,

también nuestro amor misericordioso, imagen del tuyo».

(Beata Teresa de Calcuta).