Ofrecemos el texto del Evangelio que será proclamado este Domingo 4 de octubre de 2015 (Domingo XXVII del Tiempo Ordinario, Ciclo B) en la Liturgia de la Iglesia. Posteriormente proponemos leer dos breves comentarios alusivos a esta Palabra del Señor. En primer lugar, un texto precioso de San Juan Crisóstomo dirigido a los matrimonios. Y, posteriormente, otro texto importante del Concilio Vaticano II dirigido a las familias y relacionado con la educación de los hijos.
Del Evangelio según San Marcos (Mc 10,2-16)
Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre
«En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba:
-“¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”
Él les replicó:
-“¿Qué os ha mandado Moisés?”
Contestaron:
-“Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio”.
Jesús les dijo:
-“Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios ‘los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne’. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo:
-“Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”.
Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
-“Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”.
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos».
Comentario de San Juan Crisóstomo

San Juan Crisóstomo (347-407), Patriarca de Constantinopla.
San Juan Crisóstomo (347-407), Obispo, Patriarca de Constantinopla y Doctor de la Iglesia, es uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia en Oriente. Nació en Antioquía, la segunda ciudad más importante del Imperio Romano de Oriente. Recibió una excelente formación filosófica y teológica. Durante un tiempo se retiró a una vida eremítica y ascética. Posteriormente, fue ordenado Sacerdote. Más tarde, fue ordenado Obispo para la sede metropolitana de Constantinopla. Su gran elocuencia en la predicación y su erudición, sabiduría y profundidad en sus numerosos escritos, propiciaron que el pueblo fiel le pusiera el sobrenombre de «Crisóstomo» (que, en griego, significa «boca de oro»). Sufrió mucho durante su etapa como Obispo de Constantinopla, fundamentalmente porque sus denuncias acerca de los abusos de las autoridades imperiales y de la vida licenciosa de parte del clero bizantino le cosecharon poderosos enemigos. Así, pues, y a pesar de las protestas del Papa San Inocencio I, que no fueron atendidas por el emperador de Oriente, Juan Crisóstomo fue desterrado en dos ocasiones, y en la segunda de ellas murió.
Del gran Crisóstomo, entonces, traemos aquí un precioso texto, en el que aconseja al marido cómo tratar a su esposa, y viceversa. Consejos que conservan su perenne actualidad. Y puesto que, en el Evangelio de este Domingo, el Señor enseña la verdad sobre el matrimonio, viene bien leer estas valiosas y hermosas indicaciones prácticas para la vida matrimonial. Invitamos con cariño, especialmente a los novios y a los matrimonios, a que escuchen estas palabras del Santo Patriarca de Constantinopla. ¡Ojalá todos las escucharan!:
Yo antepongo tu amor a todo. Te amo y te antepongo a mi alma
«Hay que decirle [a la esposa] con mucha amabilidad: “Te tomé afecto y te amo y te antepongo a mi alma. Si se nos considera dignos de pasar así esta vida por ser agradables a Dios, estaremos siempre con Cristo y el uno con el otro en medio de la mayor alegría. Yo antepongo tu amor a todo y nada se me hace tan desagradable y odioso como el llegar a desavenirme contigo. Aunque tenga que perderlo todo, volverme más pobre que un mendigo, arrostrar extremos peligros, padecer cualquier cosa, todo esto me resultará fácil de sobrellevar y soportable con tal de estar a bien contigo. Será preciso que también tú obres así”.
Hazle ver que consideras mucho su compañía y que por ella prefieres estar en casa antes que en el ágora. Anteponla a todos los amigos, incluso a los hijos que hayas tenido de ella, y a estos mismos ámalos por su causa.
Tened oración en común. Que cada uno vaya a la iglesia y, de lo que allí se diga y se lea, que el esposo pida cuenta a su mujer en casa y aquella al marido. Enséñale el temor de Dios. Entonces todo fluirá como de una fuente y la casa se llenará de innumerables bienes. Si buscamos lo incorruptible, vendrán también estas cosas corruptibles. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura (cf. Mt 6,33)».
(San Juan Crisóstomo, siglos IV-V, Extracto de una Homilía sobre la Carta a los Efesios).
Concilio Vaticano II

Concilio Vaticano II (1.962-1.965).
Aportamos también un texto importante del Concilio Vaticano II (celebrado entre los años 1962-1965), en el que la Iglesia enseña la importancia insoslayable de la familia cristiana, así como la importancia de la educación integral de los hijos.
La familia y la educación de los hijos
«Los padres, al haber dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole y, por consiguiente, deben ser reconocidos como los primeros y principales educadores de sus hijos. Esta tarea de la educación tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Corresponde, pues, a los padres crear en la familia un ambiente animado por el amor y la piedad hacia Dios y hacia los hombres que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos. Por ello, la familia es la primera escuela de las virtudes sociales que todas las sociedades necesitan. Sobre todo, en la familia cristiana, enriquecida con la gracia y el deber del sacramento del matrimonio, es necesario que los hijos aprendan ya desde la infancia a comprender y venerar a Dios según la fe recibida en el bautismo y a amar al prójimo. En ella encuentran la primera experiencia de una sana sociedad humana y de la Iglesia. Finalmente, por medio de la familia se introducen gradualmente en la sociedad civil y en el Pueblo de Dios. Los padres deben darse cuenta de la gran importancia que la familia verdaderamente cristiana tiene para la vida y el progreso del mismo Pueblo de Dios.
La tarea de impartir la educación, que compete en primer lugar a la familia, necesita la ayuda de toda la sociedad. Por ello, además de los derechos de los padres y de aquellos a quienes éstos les confían una parte de la tarea de la educación, corresponden también a la sociedad civil ciertos derechos y deberes, por cuanto es ella la que debe ordenar todo lo que se requiere para el bien común temporal. Entre sus obligaciones está el proveer a la educación de la juventud de diferentes modos, a saber: proteger los derechos y deberes de los padres y de quienes participan en la educación y prestarles ayuda, conforme al principio de su deber subsidiario, cuando las iniciativas de los padres y de otras sociedades no son suficientes; completar la obra educadora teniendo en cuenta los deseos de los padres; además, según lo exija el bien común, fundar escuelas e institutos propios.
Finalmente, por una razón especial, el deber de educar corresponde a la Iglesia; no sólo porque debe ser reconocida como una sociedad humana, sino, sobre todo, porque tiene la misión de anunciar el camino de la salvación a todos los hombres, de comunicar a los creyentes la vida de Cristo y de ayudarlos con preocupación constante para que puedan alcanzar la plenitud de esta vida. Por consiguiente, la Iglesia, como Madre, está obligada a dar a sus hijos una educación que llene toda su vida del espíritu de Cristo, pero al mismo tiempo ofrece a todos los pueblos su colaboración para promover la perfección íntegra de la persona humana, también para el bien de la sociedad terrestre y para la construcción de un mundo que debe configurarse más humanamente».
(Concilio Vaticano II, Declaración Gravissimum educationis, sobre la educación cristiana de la juventud, n. 3).