Ofrecemos el texto del Evangelio que será proclamado este Domingo 27 de septiembre de 2015 (Domingo XXVI del Tiempo Ordinario, Ciclo B) en la Liturgia de la Iglesia. Posteriormente proponemos leer un texto muy importante del Concilio Vaticano II relacionado con la primera parte de esta Palabra del Señor.
Del Evangelio según San Marcos (Mc 9,38-43.45.47-48)
El que no está contra nosotros está a favor nuestro.
Si tu mano te hace caer, córtatela
«En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús:
-“Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros”.
Jesús respondió:
-“No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.
El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la Vida, que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga.
Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la Vida, que ser echado con los dos pies al abismo.
Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos al abismo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”».
Concilio Vaticano II
En este texto del Evangelio dice Jesús: «El que no está contra nosotros está a favor nuestro». A raíz de estas palabras del Señor, que hay que leer y entender bien en su contexto, nos ha parecido oportuno proponer para nuestra meditación un texto de transcendental importancia del Concilio Vaticano II (celebrado entre los años 1962-1965). Este texto que proponemos, de gran calado teológico, hay que leerlo despacio y entenderlo bien. Ninguna de las palabras están puestas al azar, sino que está muy elaborado para expresar, de manera sencilla y, a la par, sintética y completa, una gran verdad. Esta enseñanza del Concilio trata, en fin, de la relación de los «no cristianos» con la Iglesia y con la salvación; aquellos que aún no han recibido la predicación del Evangelio, que no conocen a Cristo ni los medios de salvación, que no están bautizados. Se habla de los judíos, los musulmanes y de aquellos que, sin culpa propia, desconocen a Cristo y al Dios verdadero. Sin embargo, todos «están ordenados» al Pueblo de Dios, aunque de diversas maneras, es decir, en camino hacia la Iglesia y, por tanto, hacia la salvación. ¿Cómo y en qué sentido? Leámoslo.

Concilio Vaticano II (1962-1965). En él estuvieron reunidos todos los Obispos del mundo con el Papa que lo convocó (San Juan XXIII) y, tras su fallecimiento, con el Papa que lo continuó y concluyó (Beato Pablo VI).
Los no cristianos, en relación con la Iglesia y con la salvación
«Los que todavía no han recibido el Evangelio también están ordenados al Pueblo de Dios de diversas maneras. En primer lugar, sin duda, está aquel pueblo al que se le dieron la alianza y las promesas y del que nació Cristo según la carne (cf. Rm 9,4-5). Si se considera su elección, es un pueblo amadísimo para Dios a causa de los padres de su fe, pues Dios no se vuelve atrás después de haber llamado y dado sus dones (cf. Rm 11,28-29). Pero el designio de salvación comprende también a los que reconocen al Creador. Entre ellos están, ante todo, los musulmanes, que profesan tener la fe de Abrahán y adoran con nosotros al Dios único y misericordioso que juzgará a los hombres al fin del mundo. Tampoco Dios está lejos de los que buscan entre sombras e imágenes al Dios desconocido, pues Él da a todos la vida, el aliento y todo (cf. Hch 17,25-28) y el Salvador quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tm 2,4). En efecto, los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. Dios en su providencia tampoco niega la ayuda necesaria a los que, sin culpa, todavía no han llegado a conocer claramente a Dios pero se esfuerzan con su gracia en vivir con honradez. La Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero que hay en ellos, como una preparación al Evangelio y como un don de Aquel que ilumina a todos los hombres para que puedan tener finalmente vida. Pero muchas veces los hombres, engañados por el Maligno, se pusieron a razonar como personas vacías y cambiaron el Dios verdadero por un ídolo falso, sirviendo a las criaturas en vez de al Creador (cf. Rm 1,21 y 25). Otras veces, viviendo y muriendo sin Dios en este mundo, están expuestos a la desesperación más radical. Por eso la Iglesia pone todo su cuidado en favorecer las misiones para promover la gloria de Dios y la salvación de todos éstos, recordando el mandamiento del Señor: Predicad el Evangelio a todos los hombres (cf. Mc 16,16)».
(Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, n. 16).