El Evangelio del Domingo con el gran San Agustín

Ofrecemos el texto del Evangelio que será proclamado este Domingo 20 de septiembre de 2015 (Domingo XXV del Tiempo Ordinario, Ciclo B) en la Liturgia de la Iglesia. Posteriormente proponemos leer un comentario del gran San Agustín alusivo a esta enseñanza fundamental del Señor.

Del Evangelio según San Marcos (Mc 9,30-37)

El Hijo del hombre va a ser entregado.

Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos

Jesús y los niños«En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía:

-“El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará”.

Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.

Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó:

-“¿De qué discutíais por el camino?”

Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:

-“Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.

Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:

-“El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”».

Comentario de San Agustín

San Agustín.

San Agustín.

Filósofo, teólogo, maestro de retórica, uno de los grandes pensadores de la historia de la humanidad, escritor prolífico y de inusitada profundidad y rotundidad en sus argumentaciones, el gran San Agustín de Hipona, Obispo y Doctor de la Iglesia, el más grande de los Padres de la Iglesia en Occidente (siglos IV-V), es, sin duda alguna, uno de los grandes maestros para la vida de fe. De él traemos aquí un comentario referente a esta enseñanza de Jesús, esencial para la vida cristiana.

Tomar el medicamento de la humildad

«Hinchado por la soberbia, esta misma hinchazón le estorbaba para volver por la estrechura. Quien se hizo por nosotros camino clama: Entrad por la puerta estrecha (Mt 7,16). Hace conatos para entrar, mas la hinchazón se lo impide; y cuanto más se lo impide la hinchazón, tanto más perjudiciales le resultan los esfuerzos. Porque, para un hinchado, la estrechura es un tormento que contribuye a hincharle más; y si aún aumenta de volumen, ¿cómo ha de poder entrar? Tiene, pues, que deshincharse. ¿Cómo? Tomando el medicamento de la humildad; que beba esta pócima amarga, pero saludable: la pócima de la humillación. ¿Por qué tratar de encogerse? No se lo permite la masa, no grande, sino hinchada. Porque la magnitud o corpulencia es indicio de solidez, la hinchazón es inflamiento.

Quien, pues, esté hinchado, no se tenga por grande; deshínchese para tener grandeza auténtica y sólida. No ambiciones estas cosas huidizas y corruptibles; oiga la voz del que dijo: Entrad por la puerta angosta, y también: Yo soy el camino (Jn 14,6). Como si el tímido le preguntase: “¿Por dónde voy a entrar?”, le responde: “Yo soy el camino, entra por mí”. Para entrar por esta puerta tienes que andar por este camino; porque si dijo: Yo soy el camino, dijo también: Yo soy la puerta (Jn 10,7). ¿Por qué te preocupas del por dónde volver, a dónde volver y por dónde entrar? Para que no andes descarriado, él se hizo todo eso para ti. En dos palabras lo dice: Sé humilde, sé manso. Escuchémosle decirlo clarísimamente, para que veamos por dónde va el camino, cuál es el camino y a dónde va el camino. ¿A dónde quieres ir? Quizá, por tu avaricia, quieras poseer todo: Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre (Mt 11,27). Dirás quizá: “Bien; las ha entregado a Cristo; ¿acaso me las ha entregado a mí?” Escucha lo que dice el Apóstol; escucha, según te dije antes; no te quiebre la desesperación las alas del ánimo; oye cómo fuiste amado cuando no eras digno de serlo; oye cómo fuiste amado cuando eras torpe y feo; antes, en fin, de que hubiera en ti cosa digna de amor. Fuiste amado primero para que te hicieras digno de ser amado.

Pues bien, Cristo —dice el Apóstol— murió por los impíos (Rm 5,6). ¿Acaso merecía el impío ser amado? Te ruego que me digas qué merecía el impío. “La condenación”, respondes. “Pues, con todo eso, Cristo murió por los impíos”. Ahí ves lo que hizo por ti cuando eras impío; ¿qué reserva para el piadoso? ¿Qué se hizo a favor del impío? Cristo murió por los impíos. Tú que deseabas poseerlo todo, ahí tienes el modo de hallarlo todo; no lo busques por el camino de la avaricia, búscalo por el camino de la piedad. Si vas por ahí, lo poseerás, porque poseerás al Hacedor de todas las cosas, y, poseyéndolo a él, con él todo será tuyo».

(San Agustín, Extracto del Sermón 142).