Este Domingo 13 de septiembre de 2015, al ser el Domingo posterior al día 8 de septiembre (cuando en la Liturgia se celebra la Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María), celebramos en la ciudad de Murcia la Solemnidad de nuestra Patrona, la Santísima Virgen de la Fuensanta. Por esta razón, en nuestras parroquias, en vez de celebrarse el «Domingo XXIV del tiempo ordinario», celebramos esta Solemnidad tan importante para todos nosotros. Así, pues, ofrecemos a continuación el texto del Evangelio propio de esta Solemnidad de la Virgen María de la Fuensanta, que será proclamado en las Misas de este Domingo en las parroquias murcianas. A continuación, ponemos un texto del Catecismo de la Iglesia Católica relacionado con esta fiesta.
Del Evangelio según San Juan (Jn 7,37-39a)
Manarán torrentes de agua viva
«El último día, el más solemne de las fiestas, Jesús en pie gritaba:
-“El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba”.
(Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva).
Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él».
Del Catecismo de la Iglesia Católica
La hermosa advocación de nuestra Patrona nos remite a una gran verdad. En efecto, la Virgen María es Aquella que nos ha traído a Cristo, la «Fuente Santa» de la cual mana a raudales hacia nosotros el Agua Viva de la Gracia: el Espíritu Santo. Por eso, nos parecía oportuno aportar esta enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica (Catecismo de extrema importancia para la vida de fe de todo cristiano), en la que trata de la obra que el Espíritu Santo realiza en la Madre del Señor.
«Alégrate, llena de gracia»
«María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos. Por primera vez en el designio de Salvación y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres. Por ello, los más bellos textos sobre la Sabiduría, la Tradición de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con relación a María: María es cantada y representada en la Liturgia como el “Trono de la Sabidría”.
En ella comienzan a manifestarse las “maravillas de Dios”, que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia:
El Espíritu Santo preparó a María con su gracia. Convenía que fuese “llena de gracia” la Madre de Aquel en quien “reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2,9). Ella fue concebida sin pecado, por pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda como la “Hija de Sión”: “Alégrate”. Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, hace subir hasta el cielo con su cántico al Padre, en el Espíritu Santo (cf. Lc 1,46-55), la acción de gracias de todo el pueblo de Dios y, por tanto, de la Iglesia.
En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe.
En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres y a las primicias de las naciones.
En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en comunión con Cristo a los hombres “objeto del amor benevolente de Dios” (cf. Lc 2,14), y los humildes son siempre los primeros en recibirle: los pastores, los magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos.
Al término de esta misión del Espíritu, María se convierte en la “Mujer”, nueva Eva “Madre de los vivientes”, Madre del “Cristo total” [la Iglesia] (cf. Jn 19,25-27). Así es como ella está presente con los Doce, que “perseveraban en la oración, con un mismo espíritu” (Hch 1,14), en el amanecer de los “últimos tiempos” que el Espíritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia».
(Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 721-726).