El Sr. Obispo de la Diócesis, D. José Manuel Lorca Planes, ha decretado que este Domingo 28 de junio de 2015 se celebre la Solemnidad de los Apóstoles San Pedro y San Pablo. El traslado de esta Solemnidad al Domingo más próximo se debe a la gran importancia que tiene esta fiesta litúrgica para toda la Iglesia. Pedro y Pablo, «columnas de la Iglesia», nos recuerdan que, en efecto, la fe cristiana, como la Iglesia misma, es «apostólica»: edificada sobre el testimonio y el ministerio de los Apóstoles. Y el ministerio que Cristo confió a los Apóstoles continúa en sus sucesores, los Obispos. De igual manera, el ministerio que Cristo confió individualmente a Pedro continúa en sus sucesores, también de modo personal: el Obispo de Roma. Es decir, el ministerio petrino continúa hoy, por voluntad del Señor, en el Papa Francisco. Es un día hermoso para celebrar que somos lo que el Señor quiere que seamos: Iglesia. Y, aunque siempre estamos en comunión con el Sucesor de Pedro, éste es un día especialmente propicio para sentirnos en comunión con el Papa, y pedir a Dios por él, por su persona, por su ministerio, por sus intenciones.
Traemos aquí el texto del Evangelio que será proclamado en las celebraciones de la Eucaristía de este Domingo. Posteriormente, aportamos un comentario al mismo del gran San Agustín, Obispo y uno de los grandes Padres de la Iglesia en Occidente entre los siglos IV-V; comentario que merece la pena ser leído entero. Y, finalmente, aportamos dos textos importantes del Concilio Vaticano II (celebrado entre 1962-1965). Creemos que pueden ayudarnos a penetrar un poco más en los misterios que en esta fiesta celebramos.
Del Evangelio según San Mateo (Mt 16,13-19)
Tú eres Pedro, y te daré las llaves del Reino de los Cielos
«En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
-“¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”
Ellos contestaron:
-“Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”.
Él les preguntó:
-“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
-“Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”.
Jesús le respondió:
-“¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”».
Comentario de San Agustín
Te edificaré a ti sobre mí

San Agustín.
«El apóstol Pedro es figura de la única Iglesia. Este Pedro, primero en el coro de los apóstoles, siempre pronto en al amor de Cristo, con frecuencia responde él sólo en nombre de todos. Cuando el Señor Jesucristo preguntó quién decía la gente que era él, y los discípulos recogieron las varias opiniones de los hombres, el Señor volvió a preguntar diciendo: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Uno sólo dio la respuesta en nombre de muchos, la unidad en nombre de la muchedumbre. Entonces le dijo el Señor: Dichoso eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Luego añadió: Y yo te digo; como si dijera: Ya que tú me has dicho: “Tú eres el Hijo de Dios vivo”, también yo te digo: “Tú eres Pedro” (Mt 16,13-18). Porque antes se llamaba Simón. Este nombre por el que le llamamos Pedro, le fue impuesto por el Señor, y eso para que, en figura, significase a la Iglesia. Si Cristo es la piedra, Pedro es el pueblo cristiano. Piedra es el nombre originario; por eso Pedro viene de piedra, no piedra de Pedro, como Cristo no viene de cristiano, sino que el cristiano es llamado así por razón de Cristo. Por eso dijo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra, que tú has confesado, sobre esta piedra, que has reconocido al decir: Tú eres Cristo el Hijo de Dios vivo, edificaré mi Iglesia, esto es, sobre mí, el mismo Hijo de Dios vivo, edificaré mi Iglesia. Te edificaré a ti sobre mí, no a mí sobre ti.
[…] Pedro fue llamado así por la piedra, representando el papel de la Iglesia, manteniendo el primado del apostolado. Pero a continuación, después de oír que era bienaventurado, que era Pedro, que iba a ser edificado sobre la piedra, al mencionarle el Señor su futura pasión, que ya presentaba como inminente a sus discípulos, le desagradó. Temió perder al que iba a morir, al que había confesado como fuente de la vida. Turbado, dijo: “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte. Ten piedad de ti, Dios, no quiero que mueras”. Pedro decía a Cristo: “Quiero morir por ti”. Luego el Señor reprendió al que antes alabó; y al que había llamado dichoso, le llama ahora Satanás, diciendo: Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios (Mt 16,22-23). ¿Qué quiere que hagamos con lo que somos, ya que nos culpa por ser hombres? ¿Queréis saber lo que quiere que hagamos? Escuchad el salmo: Yo dije: “dioses sois”, todos hijos del Excelso. Pero si gustáis las cosas humanas, como hombres moriréis (Sal 81,6-7).

San Agustín
El mismo Pedro fue primero bienaventurado y luego Satanás, en un momento, con el intervalo de unas pocas palabras. Si te asombra la diferencia de apelativos, atiende a la diferencia de las causas. ¿Por qué te admiras de que antes fuera bienaventurado y luego Satanás? Mira la causa por la que era bienaventurado: Porque no te lo reveló la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16,17). Si te lo hubieran revelado la carne y la sangre, hubieras expresado lo tuyo; y como no te lo reveló la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos, diste de lo mío, no de lo tuyo. ¿Por qué de lo mío? Porque todo lo que tiene el Padre es mío (Jn 16,15). Ya has oído la causa por la que era bienaventurado y por la que era Pedro. ¿Y por qué era lo que nos aterra y no queremos repetir? ¿Por qué, sino porque daba de lo suyo? Tú piensas como los hombres, no como Dios.
Al considerar eso nosotros, miembros de la Iglesia, discernamos lo que es de Dios y lo que es nuestro. Así ya no titubearemos, nos fundamentaremos en la Piedra, nos mantendremos firmes y estables frente a los vientos, lluvias, ríos; es decir, a las tentaciones del presente siglo. Pedro mirad a aquel Pedro que ya entonces nos representaba; ya confía, ya vacila; ya confiesa al Inmortal, ya teme que muera. La Iglesia de Cristo tiene hombres fuertes y débiles; no puede mantenerse sin fuertes ni sin débiles. Por eso dice el Apóstol: Nosotros, los fuertes, debemos llevar la carga de los débiles (Rm 15,1). En el decir: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16), significa a los fuertes; pero en el temblar y titubear, no querer que Cristo padezca, temiendo que muera, no reconociendo la vida, simboliza a los débiles en la Iglesia. En un solo apóstol, en Pedro, primero y principal en el orden de los mismos y que representaba a la Iglesia, había que significar a los dos grupos, esto es, los fuertes y los débiles; porque sin uno y otro no hay Iglesia».
(San Agustín, extracto del Sermón 76).
Concilio Vaticano II
Los Apóstoles y Pedro; los Obispos y el Papa

Concilio Vaticano II (1962-1965).
«Cristo el Señor, para regir al Pueblo de Dios y hacerle progresar siempre, instituyó en su Iglesia diversos ministerios que están ordenados al bien de todo el Cuerpo. En efecto, los ministros que poseen la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos para que todos los que son miembros del Pueblo de Dios y tienen, por tanto, la verdadera dignidad de cristianos, aspirando al mismo fin, en libertad y orden, lleguen a la Salvación.
Este sagrado Sínodo, en continuidad con el Concilio Vaticano I, enseña y declara con él que Jesucristo, Pastor eterno, edificó su santa Iglesia enviando a su vez a los Apóstoles como Él mismo había sido enviado por el Padre (cf. Jn 20,21). Cristo quiso que los sucesores de los Apóstoles, es decir, los obispos, fueran en su Iglesia pastores hasta la consumación del mundo. Ahora bien, a fin de que el Episcopado fuera uno y no estuviera dividido, puso a Pedro al frente de los demás Apóstoles e instituyó en él para siempre el principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de la comunión. El sagrado Sínodo propone de nuevo a todos sus fieles como verdad de fe la institución, perpetuidad, poder y razón de ser del sagrado primado del Romano Pontífice y de su magisterio infalible. Prosiguiendo en la tarea comenzada, quiere proponer y declarar ante todos la doctrina acerca de los obispos, sucesores de los Apóstoles, que dirigen junto con el sucesor de Pedro, Vicario de Cristo y Cabeza visible de toda la Iglesia, la casa del Dios vivo».
(Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, n. 18).

Concilio Vaticano II (1962-1965).
«La unidad del Colegio [episcopal] aparece también en las relaciones mutuas de cada Obispo con las Iglesias particulares y con la Iglesia universal. El Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los Obispos como de la muchedumbre de fieles. Cada uno de los Obispos, por su parte, es el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal. En ellas y a partir de ellas existe la Iglesia católica, una y única. Por eso cada Obispo representa a su Iglesia, pero todos juntos con el Papa representan a toda la Iglesia en los lazos de paz, de amor y de unidad […]».
(Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, n. 23a).