En este mes de mayo, contemplamos a la Virgen María en todos los momentos de su vida, también cuando está al pié de la cruz de su Hijo. Allí, en ese momento supremo, su Hijo Jesús nos la entregó como Madre a nosotros también: «Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa» (Jn 19,26-27).
Y aquí, uno de los «grandes» del «siglo de oro» de las letras españolas, comenta este misterio con la belleza poética de un soneto.
«Mujer llama a su Madre cuando expira,
porque el nombre de madre regalado
no lo añada un puñal, viendo clavado
a su Hijo, y de Dios por quien suspira.
Crucificado en sus tormentos, mira
su Primo, a quien llamó siempre «el Amado»,
y el nombre de su Madre, que ha guardado,
se le dice con voz que el Cielo admira.
Eva, siendo mujer que no había sido
madre, su muerte ocasionó en pecado,
y en el árbol el leño a que está asido.
Y porque la mujer ha restaurado
lo que sólo mujer había perdido,
mujer la llama, y Madre la ha prestado».
(Francisco de Quevedo, siglos XVI-XVII).