Ofrecemos el texto del Evangelio de este Domingo VI de Pascua (10 de mayo de 2015), junto con un testimonio de San Ignacio de Antioquía y dos breves comentarios de San Agustín.
Del Santo Evangelio según San Juan (Jn 15,9-17).
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-“Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos a otros”».
Testimonio de San Ignacio de Antioquía
San Ignacio, Obispo de Antioquía entre los siglos I-II, nació en torno al año 30 y murió mártir en el año 107. Fue discípulo directo del Apóstol San Juan y de San Pablo. Fue el segundo sucesor del Apóstol San Pedro como Obispo de Antioquía. Entre los Santos Padres de la Iglesia, forma parte de los llamados «Padres Apostólicos». Condenado a morir devorado por las fieras, fue trasladado a Roma, escoltado por un pelotón de soldados, y allí recibió la corona del martirio en tiempos del emperador Trajano. El viaje a Roma duró varias semanas, tiempo durante el cual escribió siete cartas, dirigidas respectivamente a las comunidades eclesiales de los lugares por donde iba pasando. Todas ellas son impresionantes y el testimonio que en ellas deja es muy importante tanto para la fe cristiana como para el estudio de la teología. Aquí traemos un extracto de su carta a la Iglesia de Roma, en la que ruega a los cristianos de allí que no impidan su martirio, que no hagan nada por salvarlo de morir por Cristo, pues quiere ser «trigo de Dios».
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

San Ignacio de Antioquía.
«Escribo a todas las Iglesias y anuncio a todos que voluntariamente voy a morir por Dios si vosotros no lo impedís. Os ruego que no tengáis para mí una benevolencia inoportuna. Dejadme ser pasto de las fieras, por medio de las cuales podré alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios y soy molido por los dientes de las fieras para mostrarme como pan puro de Cristo. De nada me servirían los confines del mundo ni los reinos de este siglo. Para mí es mejor morir para Jesucristo que reinar sobre los confines de la tierra.
Busco a Aquél que murió por nosotros. Quiero a Aquél que resucitó por nosotros. Mi parto es inminente. Dejadme alcanzar la luz pura. Cuando eso suceda, seré hombre. Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios. Mi deseo está crucificado y en mí no hay fuego que ame la materia. Pero un agua viva habla dentro de mí y, en lo íntimo, me dice: “Ven al Padre”. No siento gusto por el alimento de corrupción ni por los placeres de esta vida. Quiero el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo, el de la descendencia de David, y como bebida quiero su sangre, que es el amor incorruptible. Pedid por mí para que lo alcance».
(San Ignacio de Antioquía, Extracto de su Carta a los Romanos).
Comentario de San Agustín (I)
Aquí dos breves comentarios del gran San Agustín, Obispo de Hipona, vivió entre los siglos IV-V, uno de los grandes Padres de la Iglesia en Occidente.
Aprende a amar así a Dios.

San Agustín.
«Piensa en lo que has bebido. Has bebido la caridad. Si la has conocido, Dios es caridad (1 Jn 4,8). Por lo tanto, si has bebido la caridad, dime dónde la bebiste. Si la has conocido, si la has visto, si amas, ¿de dónde procede ese amor? Todo lo que amas rectamente, lo amas mediante la caridad. ¿Cómo mediante la caridad? O, ¿qué cosa amas cuando amas la caridad? Por tanto, si amas, ¿de dónde te viene el amor? Viene hasta ti, lo conoces y lo ves; no se le ve en un determinado lugar, ni se le busca con los ojos corporales, para que se le ame con mayor ardor. No se le oye al hablar, y cuando vino hacia ti no se le sentía al caminar. ¿Acaso sentiste alguna vez los pasos de la caridad, paseándose por tu corazón? ¿Qué es, pues? ¿A quién pertenece eso que ya está en ti y que no percibes? Aprende a amar así a Dios».
(San Agustín, Sermón 23,13).
Comentario de San Agustín (II)
Tú no ves a Dios: ámalo y lo poseerás.

San Agustín.
«Nosotros sólo amamos si hemos sido amados primero. Busca cómo puede el hombre amar a Dios, y no encontrarás más que esto: Dios nos ha amado primero. Aquél a quien nosotros hemos amado se ha entregado antes él mismo. Se ha entregado a fin de que nosotros le amemos […].
La conclusión se impone, y Juan nos la dice aún con mayor claridad: Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él (1 Jn 4,8). Es poco decir: el amor viene de Dios. Pero, ¿quién de nosotros se atrevería a repetir estas palabras: Dios es amor? Las ha dicho alguien que tenía experiencia. Tú no ves a Dios: ámalo y lo poseerás. Porque Dios se ofrece a nosotros en el mismo instante. Amadme —nos grita— y me poseeréis. No podéis amarme sin poseerme. El amor, la libertad interior y la adopción filial no se distinguen más que por el nombre, como la luz, el fuego y la llama. Si el rostro de un ser amado nos hace felices, ¡qué hará la fuerza del Señor cuando venga a habitar en secreto en el alma purificada! El amor es un abismo de luz, una fuente de fuego. Cuanto más brota, más quema al sediento. Por eso el amor es un progreso eterno».
(San Agustín, Sermón 34,2-6).