Ofrecemos el texto del Evangelio de este V Domingo de Pascua (3 de mayo de 2015), y, a continuación, tres comentarios al mismo Evangelio cuyos autores son San Ambrosio de Milán, San Agustín y la Beata Madre Teresa de Calcuta.
Del Santo Evangelio según San Juan (Jn 15,1-8).
El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante.
«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.

Jesucristo es la Vid y nosotros los sarmientos.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos”».
Comentario de San Ambrosio
Ofrecemos aquí un breve comentario a este texto del Evangelio cuyo autor es San Ambrosio, Obispo de Milán en el siglo IV, uno de los Santos Padres de la Iglesia en Occidente, y quien tuvo mucho que ver en la conversión de San Agustín, de hecho, fue quien lo bautizó cuando éste tenía 30 años de edad. A continuación, el comentario.
Como en un abrazo de caridad.

Imagen más antigua de San Ambrosio de Milán (un mosaico del Siglo V).
«También la vid, cuando ha sido cavado el terreno que la rodea, es atada y mantenida derecha para que no se incline hacia la tierra. Algunos sarmientos son cortados, a otros se les hace ramificar: se cortan los que ostentan una inútil exuberancia, se hacen ramificar los que el experto agricultor considera productivos. ¿Para qué voy a describir la ordenada disposición de los palos de apoyo y la belleza de los emparrados, que nos enseñan con verdad y claridad cómo se debe conservar en la Iglesia la igualdad, de modo que ninguno, por ser rico y notable, se sienta superior, ni nadie, por ser pobre y de oscuro nacimiento, se abata o se desespere? En la Iglesia existe para todo el mundo una única e igual libertad, y con todos se ha de usar una misma justicia e idéntica cortesía.
Para no vernos doblegados por las borrascas del siglo y arrollados por la tempestad, que cada uno de nosotros se estreche con todos los que tiene cerca como en un abrazo de caridad, como hace la vid con sus zarcillos y sus volutas, y unido a ellos se sienta tranquilo. Es la caridad lo que nos une a lo que está por encima de nosotros y nos introduce en el cielo. El que permanece en el amor permanece en Dios (1 Jn 4,16). Por eso dice también el Señor: Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí mismo sin estar unido a la vid, y lo mismo os ocurrirá a vosotros si no estáis unidos a mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos».
(San Ambrosio, Exaemeron III, 5, 12).
Comentario de San Agustín
A continuación ofrecemos otro breve comentario al mismo Evangelio cuyo autor es el gran San Agustín, uno de los grandes Santos Padres de la Iglesia, en Occidente, Obispo de Hipona, que vivió entre los siglos IV-V. Aquí el comentario.
Yo soy la vid y vosotros los sarmientos.

San Agustín.
«En el pasaje del Evangelio en que nuestro Señor dice que él es la vid y nosotros los sarmientos, habla así en tanto que él es la cabeza de la Iglesia y nosotros somos sus miembros, en tanto que mediador entre Dios y los hombres. En efecto, la vid y los sarmientos son de la misma naturaleza; por eso, el que era Dios —y por tanto de una naturaleza distinta a la nuestra— se hizo hombre a fin de que, en él, la naturaleza humana fuera como una vid de la que nosotros seríamos los sarmientos. Estos están estrechamente unidos a la vid pero no le comunican nada, sino que es de ella de donde reciben su principio de vida. La vid, por el contrario, está unida a los sarmientos para comunicarles su savia vivificante, sin recibir de ellos nada a cambio. Es así como Cristo permanece en sus discípulos.
Si Cristo no hubiera sido un hombre, no habría podido ser vid; sin embargo, si él no fuera también Dios, no podría proveer de esta gracia a los sarmientos. Porque no se puede vivir sin esta gracia y porque la muerte está en poder de nuestro libre arbitrio, nuestro Señor añade: Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego y arden. Por eso, si la madera de la vid es despreciable cuando no permanece unida a al vid, es tanto más gloriosa cuando permanece en él».
(San Agustín, Extracto del Comentario al Evangelio de San Juan, 80 y 81).
Comentario de la Beata Madre Teresa de Calcuta
Por último, una oración de la Beata Madre Teresa de Calcuta, fundadora de la Congregación de las «Misioneras de la Caridad» en el siglo XX, universalmente conocida, respetada y querida por su amor y su vida entregada a los «pobres más pobres». Una oración en la que, como ella nos tiene acostumbrados, se aúnan la sencillez, la belleza y la profundidad espiritual.
Ramas verdaderas y fructíferas de la viña de Jesús.

Beata Teresa de Calcuta con San Juan Pablo II.
«Amad la oración. Durante la jornada, tratad de sentir la necesidad de orar y abandonad la tristeza en la oración. La oración agranda el corazón hasta el punto de que podrá contener el don que Dios nos hace de sí mismo. Pedid, buscad y vuestro corazón se ensanchará lo suficiente para recibirlo.
Puede ayudaros la siguiente oración […]:
“Convirtámonos en ramas verdaderas y fructíferas de la viña de Jesús, recibiéndolo en nuestra vida como él quiere mostrarse:
Como la Verdad para ser dicha.
Como la Vida para ser vivida.
Como la Luz para ser iluminada.
Como el Amor para ser amado.
Como el Camino para ser andado.
Como la Alegría para ser dada.
Como la Paz para ser extendida.
Como el sacrificio para ser ofrecido, en nuestras familias y en nuestro barrio”».
(Beata Madre Teresa de Calcuta, Camino de sencillez).