Orar con Santa Catalina de Siena

Hoy, 29 de abril, celebramos en la liturgia de la Iglesia la Fiesta de Santa Catalina de Siena, Virgen y Doctora de la Iglesia, Copatrona de Europa.

Santa Catalina de Siena

Santa Catalina de Siena

Con tan sólo 33 años (nació en Siena en el año 1.347 y murió en Roma en el 1.380), dejaba atrás una vida intensa entregada a Dios y a la Iglesia. A los 6 años tuvo la primera visión, a los 7 hizo el voto de virginidad, a los 16 años hizo su consagración en la tercera orden dominica. Mujer de oración, de intensidad espiritual, de experiencia mística. Mujer intrépida, capaz de recomponer la reconciliación en bandos opuestos, de emprender largos viajes, de atraer multitud de discípulos, de escribir cartas a innumerables personas de toda Europa. Capaz de intervenir para hacer volver al Papa desde Avignon (Francia) a Roma, en uno de los períodos más difíciles y nefastos de la historia de la Iglesia: el gran cisma de Occidente (siglo XIV). Mujer valiente, capaz de defender el papado durante la oscura etapa de este cisma: llamaba al Papa «el dulce Cristo en la tierra». Mujer santa, capaz de ingeniárselas para mejorar las costumbres de su época y para mejorar la asistencia a los enfermos y a los presos. Una mujer de Iglesia, que amaba profundamente a la Iglesia y que ofreció su vida por la Iglesia.

He aquí una oración suya, tan profunda como bella, con la que también nosotros podemos orar:

«¡Oh Deidad eterna, oh eterna Trinidad, que por la unión de la naturaleza divina diste tanto valor a la sangre de tu Hijo unigénito! Tú, Trinidad eterna, eres como un mar profundo en el que cuanto más busco, más encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco. Tú sacias al alma de una manera en cierto modo insaciable, pues en tu insondable profundidad sacias al alma de tal manera que siempre queda hambrienta y sedienta de ti, Trinidad eterna, con el deseo ansioso de verte a ti, la luz, en tu misma luz.

Con la luz de la inteligencia gusté y vi en tu luz tu abismo, eterna Trinidad, y la hermosura de tu criatura, pues, revistiéndome yo misma de ti, vi que sería imagen tuya, ya que tú, Padre eterno, me haces partícipe de tu poder y de tu sabiduría, sabiduría que es propia de tu Hijo unigénito. Y el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, me ha dado la voluntad que me hace capaz para el amor.

Tú, Trinidad eterna, eres el Hacedor y yo la hechura, por lo que, iluminada por ti, conocí, en la recreación que de mí hiciste por medio de la sangre de tu Hijo unigénito, que estás amoroso de la belleza de tu hechura.

¡Oh abismo, oh Trinidad eterna, oh Deidad, oh mar profundo!: ¿podías darme algo más preciado que tú mismo? Tú eres el fuego que siempre arde sin consumir; tú eres el que consumes con tu calor los amores egoístas del alma. Tú eres también el fuego que disipa toda frialdad; tú iluminas las mentes con tu luz, en la que me has hecho conocer tu verdad.

En el espejo de esta luz te conozco a ti, bien sumo, bien sobre todo bien, bien dichoso, bien incomprensible, bien inestimable, belleza sobre toda belleza, sabiduría sobre toda sabiduría, pues tú mismo eres la sabiduría, tú, el pan de los ángeles, que por ardiente amor te has entregado a los hombres.

Tú, el vestido que cubre mi desnudez; tú nos alimentas a nosotros, que estábamos hambrientos, con tu dulzura, tú, que eres la dulzura sin amargor, ¡oh Trinidad eterna!»

(Santa Catalina de Siena, Diálogo sobre la divina providencia, 167).

Tumba de Santa Catalina de Siena, bajo el Altar Mayor de la Basílica de Santa María sopra Minerva, en Roma.

Tumba de Santa Catalina de Siena, bajo el Altar Mayor de la bellísima Basílica de «Santa María sopra Minerva», en Roma.