Ofrecemos la lectura del Evangelio de este IV Domingo de Pascua (26 de abril de 2015), y, a continuación, tres comentarios al mismo Evangelio cuyo autor es el gran San Agustín, uno de los grandes Santos Padres de la Iglesia, en Occidente, Obispo de Hipona, que vivió entre los siglos IV-V. Animamos a su lectura: será, sin duda, de gran utilidad espiritual.
Lectura del Santo Evangelio según San Juan (Jn 10,11-18)
El buen pastor da la vida por las ovejas.

Buen Pastor
«En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
-“Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla. Este mandato he recibido de mi Padre”».
TRES COMENTARIOS DE SAN AGUSTÍN
Cristo es el pastor y la puerta, el alimento y el que lo suministra.

San Agustín
«Tú, hombre, debes reconocer qué eras, dónde estabas y a quién estabas sometido; eras una oveja perdida, estabas en un lugar desierto y árido, te alimentabas de espinas y de maleza; estabas confiado a un asalariado, que, al llegar el lobo, no te protegía. Ahora, en cambio, has sido buscado por el verdadero pastor, que, por su amor, te ha cargado sobre sus hombros, te ha llevado al redil que es la casa del Señor, la Iglesia: aquí es Cristo tu pastor y aquí han sido reunidas las ovejas para morar juntas.
Este pastor no es como el asalariado bajo el que estabas cuando te afligía tu miseria y debías temer al lobo. La medida del cuidado que tiene de ti el buen pastor te la proporciona el hecho de que ha dado su vida por ti. Se ofreció él mismo al lobo que te amenazaba, dejándose matar por ti. Ahora, por consiguiente, el rebaño está seguro en el redil, sin necesidad de otros que cierren y abran la puerta del recinto. Cristo es el pastor y es la puerta, y es también el alimento y el que lo suministra. Los pastos que el buen pastor ha preparado para ti y donde te ha puesto para apacentarte no son los prados de hierbas mezcladas, dulces y amargas, que ahora existen y mañana no, según las estaciones. Tu pasto es la Palabra de Dios, y sus mandamientos son los dulces campos donde te apacienta».
(San Agustín, Sermón 466,3).
Somos cristianos y somos pastores vuestros.

San Agustín
«[…] Nosotros, a quienes el Señor nos puso, porque así lo quiso él, no por nuestros méritos, en este puesto del que hemos de dar cuenta estrechísima, tenemos que distinguir dos cosas: que somos cristianos y que somos pastores vuestros. El ser cristianos es en beneficio nuestro; el ser pastores, en el vuestro. En el hecho de ser cristianos, la atención ha de recaer en nuestra propia utilidad; en el hecho de ser pastores, no hemos de pensar sino en la vuestra. Son muchos los que siendo cristianos, sin ser pastores, llegan hasta Dios, quizá caminando por un camino más fácil y de forma más rápida, en cuanto que llevan una carga menor. Nosotros, por el contrario, dejando de lado el hecho de ser cristianos, y, según ello hemos de dar cuenta a Dios de nuestra vida, somos también pastores, y según esto debemos dar cuenta a Dios de nuestro servicio.
Si os digo esto es para que, compadeciéndoos de nosotros, oréis por nosotros […]».
(San Agustín, Extracto del Sermón 46, sobre los pastores).
Como pastor, buscaré a la oveja perdida.
«[…] También hay ovejas contumaces. Cuando se las busca, estando descarriadas en su error y en su perdición, dicen que nada tienen que ver con nosotros. “¿Para qué nos queréis? ¿Para qué nos buscáis?” Como si la causa por la que nos preocupamos de ellas y por la que las buscamos no fuera que se hallan en el error y se pierden. “Si me hallo —dices— en el error, si estoy perdido, ¿para qué me quieres? ¿Por qué me buscas?” Porque estás en el error, quiero volver a llamarte; porque te has perdido, y quiero hallarte. “Así —me dice— quiero errar; de este modo quiero perderme”. ¿Quieres errar así y así perderte? ¡Con cuánto mayor motivo quiero evitarlo yo! Me atrevo a decirlo, aunque sea importuno.
Escucho al apóstol que dice: Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo (2 Tm 4,2). ¿A quiénes a tiempo? ¿A quiénes a destiempo? A tiempo a los que quieren, a destiempo a los que no quieren. Es cierto que soy inoportuno, pero me atrevo a decir: “Tú quieres errar, tú quieres perderte; pero no quiero yo. En última instancia no quiere aquel que me atemoriza. Si yo lo quisiera, mira lo que me dice, mira cómo me increpa: No recondujisteis a la que estaba descarriada ni buscasteis a la que se había perdido. ¿Tengo que temerte a ti más que a él? Es preciso que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo (2 Cor 5,10). No te tengo miedo a ti. No puedes derribar el tribunal de Cristo […]. Llamaré a la oveja descarriada, buscaré a la perdida. Quieras o no, lo haré. Y aunque al buscarla me desgarren las zarzas de los bosques, pasaré por todos los lugares, por angostos que sean; derribaré todas las vallas; en la medida en que me dé fuerzas el Señor que me atemoriza, recorreré todo. Llamaré a la descarriada, buscaré a la perdida. Si no quieres tener que soportarme, no te extravíes, no te pierdas”».
(San Agustín, Extracto del Sermón 46, sobre los pastores).