Ofrecemos aquí la lectura del Evangelio de este Domingo III de Pascua (19 de abril de 2015), y, a continuación, un comentario al mismo Evangelio realizado por el gran San Agustín, uno de los grandes Santos Padres de la Iglesia, en Occidente, Obispo de Hipona, que vivió entre los siglos IV-V. Proponemos leer primero el texto del Evangelio, y después, para la reflexión personal, leer el comentario de San Agustín.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (Lc 24,35-48):
Así estaba escrito: el Mesías padecerá
y resucitará de entre los muertos al tercer día.
«En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice:
-«Paz a vosotros».
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El les dijo:
-«¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
-«¿Tenéis ahí algo de comer?»
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo:
-«Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse».
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió:
-«Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto»».
Comentario de San Agustín:
Nosotros que vemos la Iglesia, creamos en Cristo a quien no vemos.
«Los discípulos pensaron lo mismo que hoy piensan los maniqueos y los priscilianistas, a saber: que Cristo el Señor no tenía carne verdadera, que era sólo un espíritu. Veamos si el Señor los dejó errar. Ved que el pensar eso es un perverso error, pues el médico se apresuró a curarlo y no lo quiso confirmar. Ellos, pues, creían estar viendo un espíritu; pero quien sabía lo dañinos que eran esos pensamientos, ¿qué les dijo para erradicarlos de sus corazones? ¿Por qué estáis turbados? ¿Por qué estáis turbados y suben esos pensamientos a vuestro corazón? Ved mis manos y mis pies; tocad y ved que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo (Lc 24,38-39).
Contra cualquier pensamiento dañino, venga de donde venga, agárrate a lo que has recibido; de lo contrario, estás perdido. Cristo, la Palabra verdadera, el Unigénito igual al Padre, tiene verdadera alma humana y verdadera carne, aunque sin pecado. Fue la carne la que murió, la que resucitó, la que colgó del madero, la que yació en el sepulcro y ahora está sentada en el cielo. Cristo el Señor quería convencer a sus discípulos de que lo que estaban viendo eran huesos y carne; tú, sin embargo, le llevas la contraria. ¿Es él quien miente y tú quien dices la verdad? ¿Eres tú quien edifica y él quien engaña? ¿Por qué quiso convencerme Cristo de esto, sino porque sabía lo que me es provechoso creer y lo que me perjudica no creer? Creedlo, pues, así; él es el esposo.
Escuchemos también lo referente a la esposa, pues no sé quiénes, poniéndose también de parte de los adúlteros, quieren alejar a la verdadera y poner en su lugar a la extraña. Escuchemos lo referente a la esposa. Después que los discípulos hubieron tocado sus pies, manos, carne y huesos, el Señor añadió: ¿Tenéis algo que comer? (Lc 24,41). En efecto, la consumición del alimento era una prueba más de su verdadera humanidad. Lo recibió, lo comió y repartió de él. Y, cuando aún estaban temblorosos de miedo, les dijo: ¿No os decía estas cosas cuando estaba con vosotros? ¡Cómo! ¿No estaba ahora con ellos? ¿Qué significa: Cuando aún estaba con vosotros? Cuando era aún mortal como lo sois vosotros todavía. ¿Qué os decía? Que convenía que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley, los profetas y en los salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo que convenía que Cristo padeciera y resucitase de entre los muertos al tercer día (Lc 24,44-45). Eliminad la carne verdadera, y dejará de existir verdadera pasión y verdadera resurrección. Aquí tenéis al esposo: Convenía que Cristo padeciera y resucitase al tercer día de entre los muertos.
Retén lo dicho sobre la Cabeza; escucha ahora lo referente al cuerpo. ¿Qué es lo que tenemos que mostrar ahora? Quienes hemos escuchado quién es el esposo, reconozcamos también a la esposa. Y que se predique la penitencia y el perdón de los pecados en su nombre. ¿Dónde? ¿A partir de dónde? ¿Hasta dónde? En todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ved aquí la esposa; que nadie te venda fábulas; cese de ladrar desde un rincón la rabia de los herejes. La Iglesia está extendida por todo el orbe de la tierra; todos los pueblos poseen la Iglesia. Que nadie os engañe, ella es la auténtica, ella la católica. A Cristo no le hemos visto, pero sí a ella: creamos lo que se nos dice de él. Los apóstoles, por el contrario, le veían a él y creían lo referente a ella. Ellos veían una cosa y creían la otra; nosotros también, puesto que vemos una, creamos la otra. Ellos veían a Cristo y creían en la Iglesia que no veían; nosotros que vemos la Iglesia, creamos también en Cristo a quien no vemos y, agarrándonos a lo que vemos, llegaremos a quien aún no vemos. Conociendo, pues, al esposo y a la esposa, reconozcámoslos en el acta de su matrimonio para que tan santas nupcias no sean objeto de litigio».
(San Agustín, Sermón 238,2-3).